Marco histórico

Antecedentes de la festividad del Corpus en Valdemoro

El culto al Sacramento del Altar había surgido en la Europa del siglo XI propagándose con posterioridad a través de los postulados de la beata Juliana (1193-1258), divulgadora de sus creencias en la diócesis de Lieja. Experimentó un notorio desarrollo tras la publicación de la bula Transiturus de hoc mundo en 1264 por el papa Urbano IV, extendiéndose por todo el continente durante el siglo XIV, sobre todo entre 1306 y 1323. En el documento se especificaba el carácter festivo de la ceremonia y se mostraban los elementos alegóricos que más tarde y especialmente con el florecimiento del Barroco particularizarían los actos efectuados ese día. La repentina muerte del pontífice retrasó la práctica plena de la solemnidad, tal y como había sido proyectada, hasta el Concilio de Viena de 1311. Durante el mandato de Juan XXII, en la primera mitad del siglo XIV, se añadió el precepto obligatorio para las parroquias de organizar procesiones, venerando la hostia consagrada por las calles de ciudades y villas a fin de que los fieles cristianos pudieran contemplarla y adorarla. A mediados del seiscientos comenzó a ocupar un lugar destacado entre las fiestas de mayor suntuosidad de las cumplidas cada año por la Iglesia; pero las costumbres paganas (danzas, juegos, imágenes, etc.) mezcladas con los actos litúrgicos sustituyeron, en ocasiones, al motivo intrínseco religioso.

Los participantes en el Concilio de Trento (1543-1563) también incidieron en la exaltación del misterio, al recomendar de forma decisiva la honra del Cuerpo de Cristo con la fastuosidad y triunfalismo requeridos por la Contrarreforma, a fin de intentar paliar el avance luterano. Premisas que continuaron divulgándose a su término en los distintos sínodos provinciales convocados para fijar y propagar las consignas tridentinas. Desde entonces, las cofradías sacramentales fueron las principales difusoras del mantenimiento de la fe eucarística y, por consiguiente, la solemnidad del Corpus se convirtió en su objetivo fundamental.

Es muy posible que las indicaciones de Trento llegaran pronto a la comunidad valdemoreña, consecuencia evidente de su posición cercana a la corte y, por tanto, lugar de tránsito obligado en los desplazamientos regios y destino de nuevas corrientes ideológicas y religiosas; sin embargo, los primeros testimonios conservados al respecto son tardíos (1596) y refieren la ocasión en que los señores jurisdiccionales, marqueses de Auñón, junto a varias personalidades cortesanas, acudieron a su señorío con el propósito de presenciar los actos destinados a ensalzar el Santísimo Sacramento. La comparecencia de tan ilustres visitantes propició que los regidores concejiles no repararan en gastos para agasajar a huéspedes y vecindario: una comedia valorada en 500 rs., traída desde Madrid, y una corrida de toros consistieron en las diversiones profanas acompañantes de la fiesta litúrgica. Los espectáculos taurinos, junto a los autos sacramentales, formaron parte inseparable de la conmemoración del Corpus; éstos últimos se representaban llenos de elementos simbólicos y suponían un factor añadido a la pedagogía contrarreformista, encaminada a llevar la fe por medio de imágenes visuales a un pueblo iletrado en su generalidad. Los toros, además de entretener a la población, permitían recaudar ingresos extras gracias al alquiler de los vanos y ventanas de la plaza, dispuestos para presenciar los festejos.

A medida que transcurrió el tiempo y la comunidad valdemoreña adquirió cierta estabilidad socioeconómica, los actos propuestos para conmemorar el Corpus fueron en aumento. La compra del señorío por D. Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, en febrero de 1602, así como la fundación del convento franciscano a su expensas (1609) fomentaron, sin género de dudas, un afianzamiento de la religiosidad entre sus súbditos. La cofradía del Santísimo Sacramento, cuyo cabildo estaba encargado de organizar la ceremonia, concejo, parroquia y el resto de hermandades se esmeraron en realzar la fiesta cada vez con mayor magnificencia, bajo el propósito de difundir el misterio, de acuerdo con los postulados conciliares. El empeño manifestado en la manera de programar los actos les había llevado, incluso, a tener fricciones con el mismo Consejo Arzobispal. La primera década del seiscientos fue testigo del litigio mantenido entre los cofrades del Santísimo y los regidores concejiles contra la Iglesia Primada por defender su tradicional forma de solemnizar el Corpus. Hacia tiempo que las celebraciones consistían en una procesión el jueves por la mañana, otra el mismo día por la tarde y, una tercera, en la jornada siguiente, llevando al Santísimo en las tres ocasiones. El Arzobispado exponía, en contra del concejo y cabildo de la cofradía, que la costumbre mantenida se enfrentaba a la práctica llevada a cabo en todo el reino y, además, incumplía las constituciones sinodales; por consiguiente, les conminaba a acatar las disposiciones arzobispales bajo pena de 50 ducados. Sin embargo, los valdemoreños no estuvieron conformes con la sentencia y apelaron, alegando la veneración producida entre los fieles. A pesar de las desavenencias mostradas en todo momento por el Arzobispado, el dictamen final favoreció a los vecinos, quizá por la labor moralizadora y catequética, de mayor alcance, al exteriorizar de modo más grandilocuente el sagrado sacramento.

El escrito pone de manifiesto cómo la suma de intereses, unido al informe favorable del Consejo Arzobispal, posibilitó el fomento creciente de la conmemoración religiosa entre el pueblo de Valdemoro. Muestra de ello son las diversas referencias documentales conservadas, con especial intensidad a partir de la segunda mitad del siglo XVII, tanto en los acuerdos municipales como en los asientos contables de las cofradías. Desde entonces las peticiones al Consistorio del permiso correspondiente, tanto para poner en escena comedias, como otro tipo de actos encaminados a honrar el Sacramento del Altar aparecen con relativa frecuencia en los libros de acuerdos consistoriales. Las funciones eran representadas en la plaza pública cada año y requerían un complicado montaje que obligaba a los principales organizadores, los regidores del Santísimo Sacramento, a instalar los entoldados utilizados como escenario. Lamentablemente, resulta imposible conocer los títulos seleccionados o los autores más interpretados debido a la insuficiente información proporcionada por los documentos, pero es fácil suponer la presencia de obras en cuyo argumento siempre aparecía la lucha contra el pecado y la exaltación de la Eucaristía, como era acostumbrado en Castilla. Sí se puede constatar la existencia del complejo entarimado indispensable para escenificar los autos, propiedad de la cofradía del Santísimo, lo cual parece indicar una dedicación exclusiva, pero no única, al contrato de las comedias. La provisión de juncias, luminarias, cohetes, máscaras, danzas y música también fue cometido de los regidores y contribuyó a ensalzar los momentos culminantes de la celebración litúrgica. Poco a poco se conformaron las piezas integrantes del ceremonial: itinerario de la procesión, funciones sagradas y profanas, orden jerárquico de los estamentos sociales y elementos consagrados al culto divino ocuparon un lugar específico en la fiesta, llegando a configurar una estructura prácticamente inalterable hasta finales del siglo XVIII.

BIBLIOGRAFÍA ESPECÍFICA:
LÓPEZ PORTERO, María Jesús: "La celebración del Corpus Christi en el sur de la comunidad de Madrid: notas para su estudio", en VV.AA.: Religiosidad popular: V Jornadas, Almería, Diputación Provincial de Almería, 2010, pp. 291-314.